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- Las religiones son como clubs, exclusivistas todas. Fomentan el concepto de los nuestros para que sepas a quién odiar. (Desmontando a Harry, 1997)

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miércoles, 7 de abril de 2010

El dedo en la llaga

Este post enlaza un poco con el que subí ayer. Vivimos en una sociedad asquerosa. Tanto, que aquello que escribió Hobbes acerca de que el hombre es un lobo para el hombre se quedó obsoleto, y hemos convertido el verbo es en un peligroso tiene que ser. A todos los niveles: desde el más cercano y familiar, cuando competimos con el prójimo para conseguir lo que queremos (sea trabajo, dinero o amor) o cuando nos refugiamos en alguno de esos corporativismos que tanto odio (sobre todo el de género: nada me revienta más que un hombre cubriendo los errores de otro hombre por el mero hecho de compartir testículos, o una mujer amparándose en no sé qué rasgos comunes con otras mujeres para denunciar mil y un atropellos que comete el macho contra ella; aunque luego terminen arrancándose la piel con las uñas por esa misma competitividad. Pero eso es otra historia), hasta la parte más alta de la pirámide, en la que viven los poderosos. Las élites. Y si en el primero de los casos puedo entender que el roce cotidiano o de proximidad provoque multitud de sensaciones, tantas como todas las que caben entre el afecto y el odio más exagerado, lo de nuestras élites es terrorífico. Siempre lo ha sido, lo sé, pero según van pasando los años me parece que involucionamos en ese sentido. Estos días tenemos ejemplos muy ilustrativos sobre eso: la carnicería que están preparando con el PP desde los sectores más afines al Gobierno por el tema Gurtel y el asunto de Jaume Matas, o la cantinela con la que desde el otro lado desgastan al PSOE por su malhacer con la crisis, con el síndrome de la Moncloa que padece Zapatero, con la parálisis ministerial... En fin, nada nuevo que no se produzca cada año. Crispación es la palabra. Ninguna sorpresa al respecto.

Pero lo que están haciendo con el juez Garzón es repugnante. Van a imputarlo por prevaricación, por haber querido investigar sobre las tumbas de los represaliados del franquismo cuando no tenía competencias para ello, según dice otro juez. Lo intentaron muchas veces, pero nunca lo habían conseguido hasta ahora. Casi lo hacen con unos cursos que dio en USA patrocinados por el Santander, que lo dejaron algo tocado, pero está saliendo airoso de ese asunto; y ahora parece que van a conseguirlo con lo de las exhumaciones. No tengo en demasiada estima a Garzón: creo que a veces exhibe demasiado afán de protagonismo. Y quiso pasarse a la política aprovechándose de la posición que le otorgó su cargo, de forma ingenua como todo el mundo sabe, cosa que no me pareció bien. Aunque ese afán, en su caso, es posible que ni siquiera sea un defecto, sino un rasgo más de su carácter, necesario para enfrentarse a todas las causas (imposibles algunas, según dijeron ciertos agoreros: recuérdese a Pinochet) que inició a lo largo de su carrera. Todo ello no obsta para que reconozca, sin embargo, la valía de este hombre: tiene un par de narices allí donde más le hacen falta, y creo sinceramente que su sentido de la justicia supera con mucho cualquier signo ególatra que pueda adornarlo. Supongo que en el futuro, cuando haya terminado su trabajo (es decir, cuando palme), desde una perspectiva más objetiva se valorará su labor en su justa medida.

Pero de momento se ha ganado enemigos que, mucho me temo, conseguirán arruinar su carrera. Querer remover el pasado ha debido abrir algunas llagas que, en este país, será dificil que cierren en lo que nos queda de vida a mi generación; y son heridas profundas, por lo que se ve, que no dejan de supurar rencor. Miedo me da, a veces, el expresar mis ideas (o sea, las de un don nadie) en voz alta, temeroso de que pueda molestar más de la cuenta a alguien y termine rebatiéndolas con argumentos más contundentes que los míos: yo no creo demasiado en eso de que la pluma puede con la espada. Así que no puedo imaginar lo que es hacerlo en esas alturas, donde se mueve el juez Garzón, en las que los enemigos son, como se ve, muy poderosos.

Por eso me jode la sociedad en la que vivimos: o te pliegas al sistema... o el sistema te devora. ‘No te desvíes del camino’, que decía el Gran Hermano orwelliano. Suena apocalíptico, lo sé, pero... es lo que hay.

Qué asco.

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