Nada, que no aprendemos: siguen alegrándonos más las desgracias ajenas que los éxitos propios. Ahora me refiero al fútbol y al pique entre aficionados merengues y blaugranas a propósito de la eliminación culé de la Champions, ocasión que los blancos estaban esperando ansiosamente para llevar a cabo su particular noche de cuchillos largos. Cosa normal, porque antes los azulgrana exprimieron hasta la saciedad el fracaso de los Florentino boys. Y ahora, además, está el tema del Atleti, que ya estoy comprobando por ahí las ganas que tenían los colchoneros de sacar a pasear su orgullo... para mofarse del rival, no para congratularse de su logro de llegar a la final de la Europa League. En fin, éstos sí que no aprenderán nunca... Pero si el asunto se limitase a las competiciones deportivas no dejaría de ser una simpática anécdota para fomentar la rivalidad; lo malo es que creo sinceramente que ese consuelo lo aplicamos al resto de los ámbitos de nuestras vidas. Si nuestro hijo suspende, nos aliviará que el del vecino también lo haga; y al revés, si saca matrícula de honor, la alegría será doble si el del vecino carga. Si nuestro sueldo es de 3.000 pavos al mes nos frotaremos las manos si los que tenemos alrededor ganan menos (y no voy a entrar ya en el aspecto conyugal del asunto), pero si el prójimo gana más... nos arderá la cara de envidia y nos importará un bledo si sus méritos son mayores que los propios. Si nuestra pareja está tan cachond@ como Elsa Pataky o Miguel Angel Silvestre nuestro ego se disparará hasta el cielo... salvo que nuestr@ mejor amig@ salga con Gisele Bundchen o Brad Pitt; entonces el mundo parecerá derrumbarse bajo nuestros pies y desearemos fervientemente que, por lo menos, les huela el aliento a demonios o se tiren pedos de noche. Si la tengo grande, todo bien hasta que compruebe que la tuya no lo es más. Y así con cada aspecto de esta nuestra vida.
Desde luego hay de todo en el mundo, y habrá quien se alegre sinceramente cuando un amigo tiene un éxito inalcanzable para él; pero el que sostenga que ésta no es la norma general miente como un bellaco. Lo sintió aquella niña pequeña cuando vio que a su amiguita se le rompió la muñeca, y lo sintió exhultante el presidente americano cuando el sistema comunista se precipitó por un barranco. Mucho más que si algún día triunfa definitivamente el capitalismo.
En conclusión: yo a lo mío. Empiezo por el fútbol, y acabo con un colapso político global. Mezclando churras con merinas.
Pero ya lo escribí al principio: es que no aprendemos...
youTube del día: