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- Las religiones son como clubs, exclusivistas todas. Fomentan el concepto de los nuestros para que sepas a quién odiar. (Desmontando a Harry, 1997)

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

El delegado de clase

Imagínate que cuando estabas estudiando EGB (qué tiempos aquellos...), el delegado de clase era el que debía ser: el más molón, el más fuerte, más alto y más guapo; el que siempre estaba un escalón por encima de los demás. El más listo. El que tenía siempre más álbumes llenos de cromos de las colecciones de moda. Era uno más de la clase, pero tenía ‘ese poder’ que lo convertía en una especie de ser superior a ojos de todos.

Sigue imaginando y recordando que entre el resto de compañeros de la clase había de todo: niños de familia bien, pudientes, a los que se les ve claramente su status porque siempre tenían dinero para el bocata del recreo + donuts + golosinas, y no tenían que traerse el sándwich de casa; chavales a los que se les notaba que pasaban por dificultades económicas y que ni para ese sándwich tenían; y niños del montón, anodinos, que estaban a lo que decía y hacía el resto de la clase, básicamente atentos a los movimientos del delegado. Y luego estaban esos tres o cuatro que no encajaban exactamente en ninguna categoría: por ejemplo el que no hablaba mucho, antipático para casi todo el mundo y sospechosamente retraído, tanto que todos sabían que algo malo ocurría a su alrededor cuando no estaba dentro del colegio. Incluso el delegado sabía que no era de fiar. Raro. Pero el asunto es que su familia era riquísima, de mucha, mucha pasta, y por eso tanto el delegado como los profesores, y el resto de los alumnos lo tratabais con cierta deferencia. Aparte había un grupito reducido que nunca, nunca se relacionaba con nadie. Salvo para cambiar cromos, claro. Eran los frikis.

Ahora, continuando con este pequeño ejercicio memorístico, supón que un día el raro comenzó a llegar a clase con manchas de sangre en la ropa. Ropa de marca y muy cara, pero con manchas de sangre. Preguntado por el delegado acerca de esas manchas, respondió que no es asunto suyo, que no se meta donde no le llaman. El delegado lo hace, aunque se asegura de que el resto de la clase vea que le ha preguntado por el tema para que nadie dude de que ha cumplido con su deber. Temiendo que alguien lo haga, ese delegado se chiva al profesor de que la actitud del grupito de frikis es muy rara y puede resultar perjudicial para el resto de los compañeros, incluyéndote a ti, hecho que todos aplaudís y comentáis entre vosotros. Mientras tanto, el raro continúa llegando con restos de sangre, ahora en las manos, que ni se molesta en limpiar. El delegado, aunque no quiere incomodar demasiado a ese que viste tan bien y que lleva un anillo de oro en cada dedo corazón de 700 kilates, y cuyos padres tienen tanta pasta, se ve obligado a seguir insistiendo y preguntando el porqué de esas manchas, pero sigue obteniendo la callada por respuesta. Mientras, los frikis siguen a lo suyo yendo a su bola y sin meterse con nadie, cosa que aprovecháis el delegado y el resto de la clase (olvidando momentáneamente la sangre en las manos del raro) para seguir hostigándolos.

Un día el raro llega con restos sanguinolentos en el jersey de Lacoste. Toda la clase lo ve, pero aparta la mirada inmediatamente. El delegado maldice por lo bajo y, haciendo valer su cargo, se dirige a él temblando y gritándole que lo va a denunciar al director del colegio. El raro lo mira, sonríe y le dice: “Te compro todas tus postalillas. Te doy 10.000 pesetas y un Spectrum nuevecito. Además, por cada postalilla que me traigas a partir de ahora te daré 100 pesetas. A cambio, tú, ni mú”. El delegado piensa rápidamente y, sin dudarlo mucho tiempo, mira a ambos lados de donde estaban y le da la mano, cerrando así el trato. Y pensando en la forma de buscar algo con lo que seguir fastidiando al grupito de frikis.

Ahora imagina que lo has visto todo. Cosa no muy extraña, ya que lo han hecho a la luz del día, sin esconderse de nadie. ¿Qué hiciste tú? Indignarte, ¿no? ¿Y qué más? ¿Denunciarlo? ¿Averiguar qué coño hacía el raro? ¿Darle un par de hostias al delegado molón, por hijoputa? ¿Te quedaste con ganas de matarlo? ¿Y de tus compañeros? ¿Llegaste a la conclusión de que eran unos cobardes, por no hacer nada?

Piénsalo. Y luego pincha en este enlace:



2 comentarios:

la cocina de frabisa dijo...

No tengo esos recuerdos, yo era una niña tímida pero que me integraba bien con mi grupo de amiguitas y no nos metíamos en rollos.

Los niños tenéis otra pasta desde pequeños.

un beso

ElDeMonteAlto dijo...

Cierto, cierto; además, en mi cole estábamos separados los niños de las niñas, así que imagínate... los únicos espabilados eran los que se acercaban al patio de las niñas, y los demás, los que no nos atrevíamos, nos convertimos en tímiods pringaíllos...
¡Bks!