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- Las religiones son como clubs, exclusivistas todas. Fomentan el concepto de los nuestros para que sepas a quién odiar. (Desmontando a Harry, 1997)

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martes, 5 de octubre de 2010

Toc, toc...

Qué haría yo sin la entrañable estupidez humana, me pregunto. ¿Y porqué, comprobando tantas veces que es un rasgo inseparable de las personas, continúa sorprendiéndome? Pero hay ocasiones (trascendentales, encima) en las que nos pasamos de la raya de tan estúpidos y no puedo permanecer callado. Me explico. Dos universidades americanas acaban de descubrir un planeta, otro más, de nombre Gliese 581g. La novedad es que es el primero que se encuentra dentro de la zona de habitabilidad de su estrella, una enana roja (Gliese 581, obviamente), con unas condiciones teóricas aptas para la vida humana. En realidad no han descubierto el planeta, sino la evidencia de que en ese lugar del espacio tiene que haber uno; suficiente de momento para que se pueda teorizar sobre él, a la espera de que el nuevo telescopio espacial James Webb, que se lanzará en 2014, les permita descubrir alguna evidencia más. El caso es que, de nuevo, el debate a que da lugar el tema es que cada vez estamos más cerca de descubrir que no estamos solos en el Universo, que las pruebas de que tienen que existir civilizaciones inteligentes ahí afuera están a punto de desvelarse y que no debe faltar demasiado para que podamos establecer contacto con alguna inteligencia sideral o algún bicho semejante.

Y aquí está el punto. Da igual que las mentes más sabias nos alerten del peligro que supondría establecer contacto con una supuesta civilización capaz de viajar interestelarmente, con todo lo que ello supone, tal y como Stephen Hawking lleva haciendo desde hace varios años. No importa lo que sabemos acerca del choque que se ha producido cuando una civilización humana descubrió otra a lo largo de la Historia. Ni que observemos, día tras día, lo que ocurre cuando una especie animal ocupa un territorio, esté o no ocupado por otra especie. Supongo que esas imágenes cinematográficas en las que la raza humana siempre sale vencedora de cualquier tipo de invasión alienígena son difíciles de olvidar incluso para las preclaras mentes de los científicos más avanzados, pero no hay que ser muy listo para comprobar, a poco que uno se pare a pensar, que cuando alguien llame a nuestra puerta llegando desde un sitio muy, muy lejano no va a ser para dejar una tarjeta de visita y ofrecernos la mano educadamente. Por eso creo que hay ocasiones en que la estupidez humana es trascendental: montamos un costoso y espectacular sistema de búsqueda de inteligencia extraterrestre (el famoso SETI) pero no se nos ocurre pensar en qué haremos cuando alguien nos responda. Y si alguien lo ha pensado... sea lo que sea que tenga preparado, tiene que ser una peligrosa ingenuidad. Imaginemos que en la Luna hay habitantes cuya tecnología no les permite salir de su planeta, y que nosotros llegamos con unas cuantas naves y nos posamos en su planeta. ¿Qué ocurriría? Pues lo que ocurrió cuando Colón, Orellana y Hernán Cortés llegaron a América. Que les pregunten a los nativos. O más claro todavía: cuando paseamos por el campo, ¿les pedimos permiso a las hormigas para hacerlo, ellas que llevan allí toda la vida? ¿O, simplemente, les pasamos por encima?

En fin. Hace tiempo yo creía que el principal objetivo de la raza humana era precisamente éste: salir de nuestro planeta y ampliar los límites del Universo conocido. Pero hoy ya no lo creo. Más bien estoy convencido de todo lo contrario: en nuestro planeta hay de todo, así que ¿para qué buscarse complicaciones intentando encontrar a E.T.?

Lo malo es que también estoy convencido de que E.T. existe. Y que algún día, antes o después, él nos encontrará a nosotros. Y cuando llame a nuestra puerta seremos tan estúpidos de abrírsela de par en par...

Toc, toc...

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