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- Las religiones son como clubs, exclusivistas todas. Fomentan el concepto de los nuestros para que sepas a quién odiar. (Desmontando a Harry, 1997)

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lunes, 11 de octubre de 2010

No meneallo

Ya decía mi abuelo que casi siempre es mejor dejar las cosas como están. O 'Peor es meneallo', que decía don Quijote. Cierto es que mi abuelo era una persona conservadora y un tanto temerosa de los riesgos a los que te exponía la vida, pero la experiencia le daba cierta autoridad y yo, que era un mocoso cuando soltaba sus diatribas, tomaba aquellas palabras como si las hubiera pronunciado un cura. Luego la vida me fue enseñando que, o te arriesgas un poco, o te quedas atrás. Ayer recordé lo que me decía aquel viejo tras salir de ver en el cine la continuación de ‘Wall Street’. Uno de los iconos de mi juventud cinematográfica fue, sin duda, el personaje de Gordon Gekko que interpretó Michael Douglas en la primera entrega, aquel tiburón de las finanzas que no dudaba en pasar por encima de quien fuese o de lo que fuese para honrar a su único y verdadero dios: el dinero. Y me temo que no fue un icono únicamente para los amantes del cine, sino que muchos brokers de la vida real lo tomaron como ejemplo y luego, desgraciadamente, ocurrió lo que ocurrió. Sea como sea, yo me pasé años riéndome de las malas imitaciones que se intentaron hacer en otras películas de aquel demonio sin alma.
El caso es que creo que esta segunda parte, anacrónica y tardía, le pilla a su director Oliver Stone con el paso cambiado. Da la sensación, tras contemplar el farragoso guión que tuvo que desarrollar para filmar esta película, que el hombre buscaba algún tipo de redención moral o ética por creer que su primer filme había influído demasiado en la última generación de brokers de Wall Street. Como si hubiese llegado a la conclusión de que se había pasado de rosca al filmar la primera parte. ‘Chicos, ya sé, con la primera os obligué a ser muy, pero que muy malos, aunque nos os preocupéis: ahora os voy a enseñar a ser lobos como el del cuento de Caperucita’. Así que cogió al personaje de Gordon Gekko, lo ablandó con ocho años de cárcel, le dejó la misma piel y la misma apariencia fría y amoral de un Terminator con traje y corbata de Prada ... pero cometió el fallo de incluir un corazón en el paquete. Con lo que le salió una moraleja de cuento barato y chusco, de final incomprensible e inverosímil, y de paso derribó de un plumazo uno de los personajes de ficción más intensos de las últimas décadas.
¿De ficción? Ahora, sin duda, sí. Oliver Stone ha rebajado a Gekko a personaje de cuento vulgar o de novela barata, lo que me entristece un poco. Y lo peor de todo es que lo ha hecho sin motivo aparente. ¿De verdad necesitaba filmar esta segunda parte? Es como si a Thomas Harris le entrase remordimiento por haber creado al gran Hannibal Lecter y decidiese que en lugar de comerse al director del siquiátrico que tanto lo puteaba terminase haciéndose amiguito de él. Un disparate.
Así que mi abuelo y don Quijote, después de todo, tenían algo de razón. En ocasiones es mejor dejar las cosas como están...


P.S.: En tres o cuatro días rescatarán a los 33 mineros chilenos. Bien. Ahora se va desvelando que algunos se rebelaron contra el jefe de turno, que otros no aceptaron al sicólogo que intentó ayudarlos y que hay unos cuantos, en fin, que están sorteando quién sale de último, para así entrar en el libro Guinness de los récords como el que más tiempo sobrevivió bajo tierra a gran profundidad... Como se ve, hay historias que la vida escribe mejor que el más premiado de los guionistas de Hollywood...

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